viernes, 15 de enero de 2010

Sres. /as.:


Me citaron aquí para escuchar, para saber, para probar que los imputados realmente cometieron los delitos de los que se los acusa.

En esta sala ordenada, limpia, aséptica, salvo por las emociones que muchos no pueden expresar. A este lugar, señores, es que vengo con la verdad que me persigue, me duele, me enfrenta y me arroja.

Pero no llego sola. Estoy con tantos ojos que saben de los acusados tanto, tanto que es indecible; ojos que los han visto cometer sus infamias y hasta sus muertes… oídos que los han escuchado insultando lo humano, bastardeando la vida. Vengo con ellos, los que han soportado su sistemático frenesí por la impiedad; la crueldad como paso de un plan tan frío y calculado que decir siniestro es poco, casi nada.

Aquí arrojada por la verdad no estoy sola. Sus sonrisas me acompañan, sus tonos, sus palabras. Desde sus decisiones más grandes -VIVIR, formar una familia, militar en proyectos políticos populares y organizados- hasta las del límite entre la vida y la muerte, sus decisiones posibles: resistir con pequeños gestos, que en cautiverio son enormes, inolvidables.

Aquí estoy con ellos que no vienen asépticos como esta sala. Vienen a mostrarnos que querían vivir y que por leso lucharon, que nunca estos “hombres” los juzgaron por nada; que vienen con sudores, con su agonía imparable que nos grita desde sus entrañas, hasta las nuestras.

Hoy y siempre (Sres.)

Mori.

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